Una neverita y un cuadro del Cautivo

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EL SEGMENTO DE PLATA

Por Manuel Montes  m.montescleries@telefonica.net

 

Málaga 17 de marzo de 2016

 

UNA NEVERA Y UN CUADRO DEL CAUTIVO

La lectura de un artículo de mi compañero de espacio, el Doctor Rosado, me ha hecho recuperar un viejo relato de mis inicios como periodista. Lo transcribo tal como lo redacte entonces.

 

“De un buen amigo aprendí a elucubrar. Este verbo creo que recoge exactamente el proceso mental que me transmitió aquél excelente pensador. Elucubrar dice el diccionario de la RAE que es elaborar una divagación complicada sin mucho fundamento.

 

Este ejercicio me permite caminar por la calle fabulando una historia con referencia a las personas que comparten conmigo el espacio público. Normalmente es muy divertido y te permite sobrevivir en un mundo hostil lleno de pitadas, improperios y demás “lindezas” que te rodean a cada paso.

 

Hace unos días caminaba por la Rampa de la Aurora. Esta pequeña cuestecita recoge a cuantas personas salen de calle Trinidad con dirección al centro.  Inopinadamente, me cruce con un hombre poco corpulento. Aparentaba unos cuarenta años de edad. Iba  ataviado con un desvaído “chándal” modelo Fidel Castro. Lo que más me llamó la atención de su aspecto, amén de que llevaba  una nevera de plástico portátil en la mano derecha, era lo que colgaba de su cuello; de una ligera cadena pendía un cuadrito de unos 12 cm. de lado con un marco de madera dorada y su cristal correspondiente.  Una litografía del rostro de Jesús Cautivo  ocupaba todo su espacio.

 

Inmediatamente me puse a elucubrar. ¿Que tipo de promesa o de vinculación había llevado a aquel hombre a llevar tan inusual colgante en el cuello? Ya nos vamos acostumbrando a contemplar en los cuellos, tanto masculinos como femeninos, todo tipo de medallas. Desde la imagen del Cautivo hasta la de Camarón de la Isla, pasando por el escudo del Madrid o del Barcelona. Cuernos de la abundancia y de los otros, piedras del tamaño de un huevo frito y hasta el omnipresente “dios celular”, el odioso teléfono móvil. Ante la “novedad”, me propuse profundizar en el tema. Comencé a pensar mientras circulaba calle Trinidad arriba. Entré en la Iglesia de San Pablo. A las once de la mañana, una treintena de personas rodeaban la capilla del Cautivo. Hombres con aspecto de ir a buscar empleo, enfermos buscando la mejoría propia… o la de alguno de los suyos, mujeres de mediana edad con lagrimas furtivas en los ojos… etc., etc. ¡Cuanta demanda de trabajo, de felicidad, de salud, de buenas noticias… en cada una de esas velas encendidas o en ese ramo de flores colocado de cualquier manera ante las rejas del Cautivo! El hijo que anda con malas compañías, la hipoteca que nos agobia, ese maldito cáncer que nos invade, el matrimonio que “se nos separa”, la empresa que va a cerrar…

 

Me costó poco imaginar la historia del hombre del cuadro y la neverita. Posiblemente una promesa. Comunicar a todo el mundo que el Cautivo se había “portado”. No se como… ni me importa. Que había salido del atolladero gracias a El. Y seguro que nadie del barrio, ni de Málaga, ni de ninguna parte de España se reirá de su  colgante. Le mirarán con respeto. Con el Cautivo hemos topado.

 

Muchas personas no necesitan que sesudos filósofos, pensadores, teólogos y demás “expertos” les indique en que deben o no deben de creer. Para ellos lo que funciona es el corazón y el boca a boca. “Su” Cautivo no le abandona, y por eso lo lleva colgado del cuello. En un tamaño exagerado. Que más da. Los sencillos no tienen respeto humano. Eso queda para nosotros, Los “enteraos”.

cautivo

 

 

 

 

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